DE USAR Y TIRAR

Ahora cualquiera tiene una cámara de fotos. Siempre, cuando veo una de usar y tirar, me entra nostalgia. El padre de una de mis amigas nos las compraba cuando éramos unas preadolescentes y a mi me encantaba.

Eran de usar y tirar y eso significaba que podías hacer fotos a lo que quisieras sin peligro de que después no sirviese para el álbum familiar. Nos las llevábamos a la piscina, a clase, a casa de unas y otras... en fin, todo lo que no podíamos hacer con la cámara de casa.

Las llevábamos a revelar siempre al corte inglés, a la planta de abajo, lo que después nos servía para dar un paseo aunque nunca comprásemos nada. Ya costaba demasiado revelar las fotos.

Gracias a esa genial idea tengo fotos de césped, la tela de una sombrilla, yo intentando quitarle a Patri un pincho del dedo (que me encanta), de la fiesta de despedida del colegio que taaaaaaanta pena nos dio y más momentos que ahora no recordaría si no fuera por ellas.

Hoy estuvimos haciendo turismo en Mérida. Hemos hecho más de 170 con la cámara digital… y con la de carrete a penas 20. Con razón de siempre se ha dicho que ayudaban a resumir las vacaciones. Y estoy segura de que esas poquitas serán geniales. Me gusta la incertidumbre de no saber cómo habrán quedado y de no recordar cuándo las hicimos.


¡Brava cosa!